jueves, 24 de diciembre de 2009

La ley de la calle (Jueves 03 de Diciembre de 2009)


Empatía, se define como la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro. Una frase algo formal que yo prefiero reemplazar por “poner la oreja”.

A eso salí a calle, a conocer, a mirar, a olfatear pero sobre todo a escuchar. Mi idea al conducir este capítulo de “En Primera Persona” fue morder parte de la realidad de aquellos que han hecho de la calle su mundo y su hábitat.En ese camino tan gratificante sólo me auto impuse respetar una regla que siempre me ha parecido fundamental: está prohibido disfrazarse de lo que uno no es.

Por eso me verán tal como soy, alegre, muchas veces gritona, ávida de sorpresas y siempre, siempre, arriba de mis inseparables tacos. No me disfrazo ni me pongo buzo y zapatillas para “ir a la calle”. Tengo un respeto profundo por los oficios, especialmente aquellos que implican grandes sacrificios y que son mal mirados en la sociedad.No soy yo la protagonista; ellos lo son.
Hay varios momentos que están en mi memoria y especialmente en mi corazón, como cuando conocí a Carlos y me dio un abrazo honesto y cariñoso. Cuando se sumó a los diálogos con total fluidez mientras arrastraba las bolsas de basura al camión; cuando me dejó claro con la mirada que era hombre sencillo, sufrido y esforzado pero muy, muy feliz.
Recuerdo la calma de Alejandro, su voz plácida a la hora de darme instrucciones para hacer de malabarista con unas bolas locas que nunca pude controlar. Su paciencia y la lección más importante que me han dado los niños del circo social: “Tía Sole relájese, concéntrese en las pelotas y olvídese del trabajo”.

La casa de Rosita que olía a hogar. Mi impresión al ver una mesa repleta de cosas ricas preparadas para el equipo y para mí. Minutos antes me había invitado y yo insistía en rechazar su propuesta porque ya estábamos atrasados y debíamos volver. De no ser por su poder de convencimiento me habría perdido un momento realmente emocionante.
Nunca olvidaré la transparencia de Inés, esa mujer fuerte pero dulce. Su esfuerzo por salir adelante y su valentía al cambiar un trabajo estable por la recolección de cachureos para vender en feria. Ella me prestó su triciclo que manejé plácidamente en medio del atardecer. Con la cámara lejos, pedaleé largo rato pensando que hace mucho tiempo no me sentía tan libre y feliz.
En este capítulo hay risas, conversación, emoción y una gran lección: Es curioso porque pese a que vivimos en mundos diferentes, todos estamos buscando exactamente lo mismo, proteger a nuestras familias y ser lo más felices que se pueda.

Publicado Por Soledad Onetto


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